La pandemia está aumentando el impacto psicológico y los problemas de comunicación causados por las plataformas de mensajería instantánea
Abres WhatsApp y mandas un mensaje a un grupo de amigos. Al poco rato, y de forma automática, tu mano regresa al teléfono y accede a la aplicación para ver que, a pesar de haberlo leído, no has obtenido respuesta, lo que te hace sentir mal. Una sensación que puede intensificarse. Esta es tan solo una de las muchas trampas en las que caemos al utilizar plataformas de mensajería instantánea, situaciones que nos causan un impacto psicológico que ahora la pandemia ha acelerado.
Cada día, los 2.000 millones de usuarios de WhatsApp envían hasta 100.000 millones de mensajes a través de la ‘app’, la indiscutible líder mundial en mensajería. Aunque esa tecnología facilita la conexión entre usuarios como nunca se había visto, sus fallas también afectan las relaciones interpersonales, generando lo que se conoce como ‘tecnoestrés’.
Parte de ese impacto se debe a la dificultad humana por gestionar la incertidumbre. “El hecho de que la tecnología nos permita una respuesta inmediata no significa que sea saludable hacerlo», explica Manuel Armayones Ruiz, investigador de la UOC y psicólogo experto en salud electrónica. Si no obtenemos una respuesta al instante, ya sea porque el receptor no está conectado, no puede responder o está pensando cómo hacerlo, nuestro cerebro intenta rellenar ese vacío con falsas expectativas o interpretaciones sobre el otro.
Adicción por diseño
Las redes sociales alimentan y explotan ese factor. Así, WhatsApp —propiedad de Facebook— marca en rojo el número de mensajes que tienes por leer, te avisa de si el otro usuario está conectado y escribiendo y señala con los ‘checks’ si ha recibido o leído el mensaje que le hemos enviado e incluso a qué hora lo ha hecho.
A lo largo de los años la aplicación ha ido añadiendo estas funcionalidades porque de esa manera utiliza nuestra necesidad de repuesta para retenernos más tiempo. Eso, a su vez, le permite recabar más datos personales, el pilar de su modelo económico. Como todas las plataformas digitales, WhatsApp está concebida para ser adictiva, pero eso también puede generarnos ansiedad. “Su diseño nos lleva a que tratemos de responder rápidamente a esa incertidumbre, lo que genera en el otro una incertidumbre similar”, señala el profesor.
Impacto de la pandemia
La crisis sanitaria del coronavirus ha acelerado el salto a la vida digital y, con ello, la huella que dejan en nosotros esas tecnologías. En marzo, las medidas de confinamiento llevaron a que el uso de WhatsApp en España se disparase hasta un 76%, según Kantar. En paralelo, un estudio de la UOC detecta un aumento de la fatiga digital, con entre el 30 y el 40% de los ciudadanos experimentando mayores niveles de ansiedad por esa combinación de restricciones, preocupaciones laborales, económicas o de salud y una mayor comunicación digital.
Armayones alerta que, con la irrupción del teletrabajo, los malentendidos que sucedían con WhatsApp en la esfera privada ahora también pasan “con jefes que temen no tener una respuesta inmediata de su equipo”. ¿Quién no se ha sentido atosigado por recibir mensajes en horarios fuera de trabajo o para recordarte que tienes un e-mail al que responder inmediatamente?
Trampa comunicativa
Incluso cuando sí comunicamos, el uso de esas plataformas lleva a malentendidos recurrentes. Un único mensaje con nuestra pareja, amigos o familiares puede complicarnos el día. Eso puede deberse a la falta de tono y de comunicación no verbal, ambas esenciales para interpretar el significado de las palabras.
La primera ha intentado ser suplida con los audios (que no solucionan la necesidad de inmediatez); la segunda, con la creación de emojis. A pesar de su popularidad, estos también pueden causar problemas, pues no todo el mundo los lee igual. Así, una cara con un guiño puede servir tanto para expresar complicidad como agresividad o una connotación de flirteo.
Según los expertos, eso se debe a la falta de adaptación humana al vertiginoso ritmo de la comunicación digital. “Nuestro cerebro está programado para la interacción directa y que se complementa con la comunicación no verbal, algo que no existe en la aplicación”, apunta el terapeuta Luis Muiño en el podcast ‘Entiende tu mente’, que señala que esas malas interpretaciones, que ya se daban en escrito, se han acelerado al mismo ritmo que los propios sistemas de comunicación.
Salir del rebaño
A pesar de su cara oscura, esas plataformas también tienen ventajas. El año pasado una investigación sobre 200 personas de la Edge Hill University del Reino Unido concluyó que las personas que pasan más tiempo en aplicaciones de mensajería se sienten más cerca de amigos y familia y experimentan, como consecuencia, un aumento de su autoestima.
Armayones insiste en que el problema no es la tecnología “sino del uso que le damos”. A pesar de ese diseño adictivo, señala que hay maneras de esquivar los efectos perversos de las aplicaciones de comunicación como reducir su uso, eliminar los ‘double check’, pedir aclaraciones a tus interlocutores para evitar malinterpretaciones y utilizar más las llamadas para los temas importantes. Aun así, en una sociedad hiperconectada y exigente con la inmediatez aplicar esos consejos no es tarea fácil. “El coste social para salir de este rebaño digital es muy alto”, concluye el profesor.